La nuez era como él. Era dura y fea por fuera pero aun así, rugosa y todo, representaba todo lo que conocía. Siempre miraba la nuez, tenía un mundo escondido, secreto. Era el corazón de los hombres que, como él, no sabían expresar su amor de adentro hacia afuera.
Sentía que era como su alma misma, todos sabían que estaba allí, y que era importante para él porque la llevaba a todos lados. También sabía que no lo entendían en el fondo; muy dentro de su propia nuez, no sabían cómo era él.
Y el rodaba, como toda nuez, en la pendiente de la vida. Iba allí donde lo llevaban, no luchaba y se dejaba llevar, y tampoco hablaba como los demás. Su limitado lenguaje no le permitía comunicar todas sus ideas, inalcanzables o no, a los demás. Por eso prefería callar. Había demasiada frustración en moldear las cosas a sonidos.
A pesar de todo, se dio cuenta que a los demás les pasaba lo mismo. A todos. Excepto a los gigantes que entre estruendos y estruendos se entendían. Qué horribles sonidos hacían!
Era un lavado de cerebro. Te quitaban las ideas y las convertían en sonido. No había duda.
Día tras día compartía la frustración carcelaria con sus congéneres. En silencio, a veces rompiendo en llanto... aunque también estaban los que se dejaban llevar. Por suerte nunca le habían quitado la nuez y él se entretenía agitándola. La agitaba por cada idea o pensamiento de la vida que podía representarla con ella, la vida social que llevaba, el Patio comunal al que le mandaban, su fría jaula personal en las noches...
De entre todas las personas que estaban con él, sólo una podía sacarle la atención de la nuez. Ellos no hablaban entre sí, sólo se miraban y se entendían. Era una fusión de almas en un instante, en un chispazo, y quemaban toda su alegría así, día tras día, entre pensamientos profundos y sonrisas inocentes. Ella era así, la frescura del aire matutino hecha una dama.
Un día, lo llevaron al Patio comunal y ella estaba llorando. Miró a su alrededor tratando de comprender y lo vio. El nuevo. El nuevo no entendería las normas del Patio, pero él se lo haría entender.
Con mucha dificultad fue avanzando sin ser detectado. Si se acercaba a cuatro patas haría menos ruido, pero el ataque parecería rastrero y bajo. No, él lo atacaría de frente y de pie.
Se miraron y una rivalidad nunca existente se encendió de golpe. Él, parado y de frente, de un solo golpe le quitó lo que el nuevo llevaba en la mano. El nuevo se enojó y se levantó rápidamente, pero sin darse cuenta que no llevaba la práctica necesaria y cayó; y se golpeó en la caída.
Triunfante, se volvió hacia su eterno amor. Ella lo miraba con una gratitud en sus profundos ojos y él le devolvía la mirada. Lejos estaban los llantos de aquel maleante inexperto.
Se sentó, le abrió la mano y le puso la nuez. Ella lo miró asombrada pero comprendió.
Las palabras eran tan innecesarias en ese momento que el tiempo también se detuvo a mirarlos. Perfección, un momento de perfección. Una nube tuvo la cortesía de moverse y unos traviesos rayos de sol los iluminaba de forma inusitada.
En ese preciso instante, el pre-jardín se iluminó de alegría y el patio de torturas ya no sería tan solitario como hasta entonces. El lo sabía, ella lo sabía, pero ninguno de los dos supo como expresarlo excepto con una sonrisa.